09 abril 2008

Destino


Ella parpadeó lentamente. Lo radiografió. El mundo se vino abajo cuando él la miró. No notó su presencia, tan acostumbrado que estaba a la devastación que creaba a su paso.
A ella le tomó un tiempo recuperar el ritmo de su respiración. Entró en una especie de túnel, donde estaba ella al comienzo y él al final, arrogante, impasible, imposible.
Subieron al avión. 32A su asiento. 32B el de él. Destino.
Se dignó a mirarla y a dirigirle la palabra: ''Espero que seas de las que no habla mucho. Siempre me tocan locas hablachentas en los aviones'' y le guiñó un ojo.
Se vino el mundo abajo por segunda vez. Ella le sonrió y logró reunir el coraje suficiente para responderle algo coherente. Él notó su acento y le preguntó de dónde era. Para su beneplácito, ella pudo responder y armar frases dotadas de sentido. Lo hizo reír con sus comentarios. Él se fue interesando. Le fue haciendo preguntas que ella respondía sin dejar notar el vértigo que él le producía. Él reía, parpadeaba, con tan sólo respirar la seducía.
Notó los tímidos rizos del cabello de ella, la oscuridad de sus ojos, el color aceitunado de su piel y el tono infantil y tierno de su voz.
Intercambiaron nombres, después de tres horas y se estrecharon las manos como conocidos. Rieron, criticaron la cena, compartieron el vino y se dijeron todas las verdades y mentiras que pudieron. Cuando empezaron a proyectar la película, ya se sentían viejos amigos.
Vino el primer beso. Recorrieron sus bocas sin pausas. Vino el segundo beso. El tercero. Al cuarto ya habían perdido la cuenta. Ya nadie más existía. En medio de la nada, a kilómetros de altura, ellos se volvieron uno.