05 enero 2010

Oscuros cabellos




Sentada en medio de las escaleras del parque, la chica espera. Lo espera. El viento es frío y a veces agita su oscura cabellera, que esconde a ratos su rostro. Observa cuidadosamente a los que van entrando al parque: ninguno se parece a su chico. La gente le pasa por los lados, pero ella no se inmuta, ni siquiera cuando el viento le revuelve la melena.
Los guardias de seguridad la han estado vigilando desde que llegó. Le han tomado el tiempo desde que se quedó inmóvil en las escaleras: una hora, 14 minutos. ‘’Estará meditando’’, dice Báez, con la cara pegada al vidrio de la caseta de vigilancia. ‘’O entró en estado catatónico’’ replica Márquez y todos ríen porque nunca entienden sus palabras rebuscadas. ‘’Si en 15 minutos no se mueve de ahí, vas a hablar con ella y a espantarla, Márquez’’, dice a modo de orden Gutiérrez. ‘’¿Por qué yo?’’ gruñe instantáneamente Márquez. ‘’Por hablar raro’’ responde Gutiérrez. Todos ríen. Márquez se asoma a la ventana y nota como el viento peina y despeina los largos y oscuros cabellos de la chica. Nota su rigidez apacible de estatua de otra época: las rodillas dobladas, la espalda recta, los hombros alineados. ‘’Perfecta’’, piensa Márquez. ‘’Así, de espaldas, perfecta. Misteriosa y perfecta’’.
Mientras, la chica sigue observando a todos los que entran y salen del parque. Ninguno es el que ella espera; sin embargo, está segura de que irá. El primer domingo de cada mes, él va al parque a hacer las mismas fotos de siempre. Mero ritual. Mera obsesión. Lo que sea que determine sus visitas al parque a ella no le importa. Tan sólo quiere verlo, hablarle. Sobre todo eso: hablarle. Oírlo de nuevo.
‘’Dale Márquez. Te llegó la hora de sacar a la inamovible aquella’’, dice Báez y todos le celebran la orden. Márquez masculla entre dientes, se coloca la chaqueta que más claramente lo identifica como agente de seguridad del parque y se encamina hacia la muchacha. Sin embargo, va despacio, mientras repasa mentalmente lo que dirá.
A tan sólo 10 pasos de llegarle, ella se retira el cabello de la cara y lo ata delicadamente. Márquez se paraliza. Le parece increíble lo grácil de aquellos movimientos, las manos tan finas, la perfección del cuello, el tatuaje en la nuca.
Pasado el impacto inicial, el guardia se aproxima un poco más. Luce tan dócil y tranquila que no quiere perturbarla, pero justo cuando va a hablarle, se levanta súbitamente y baja las escaleras hasta casi llegar a las dos primeras. Márquez la sigue, perplejo, a la misma velocidad. Está a tan sólo dos escalones por detrás de ella. ‘’No me diga nada’’, la oye suplicar. Impresionado por la voz de sirena que acaba de escuchar, el hombre se detiene y no logra reunir las palabras para decirle algo coherente. Aún de espaldas, continúa: ‘’tengo que esperarlo. No puedo irme sin verlo, hablarle, olerlo. Entiéndame. Está por llegar, lo sé’’. Márquez se acomoda la chaqueta, traga saliva e intenta responder, pero en el momento en que va a hacerlo, la chica exclama: ‘’¡ahí viene!’’ y desciende lo que le queda de escaleras, cruza corriendo la calle con la vista fija en el chico que está parado justo al lado del semáforo, con una cámara en la mano, en la acera de enfrente, sin darse cuenta de que van pasando también los autos que intentan esquivarla sin éxito.
‘’¡Dios, no!’’, grita Márquez, al tiempo que la ve salir despedida por los aires después de haber sido golpeada por un auto. Gritos, sollozos, frenazos, gente arremolinada alrededor del cuerpo inerte. Márquez se abre paso entre todos, se arrodilla junto a la chica muerta y le da la vuelta delicadamente. El cabello, ahora suelto, se extiende por todo el pavimento, en oleadas. Los suaves rasgos, ahora desencajados, lucen irreales. ¿Quién era? ¿A quién esperaba?
Los paramédicos llegan en minutos, revisan el cuerpo, lo cubren con una manta, lo suben a la camilla y lo introducen en la ambulancia. La gente se va retirando poco a poco del lugar, pero Márquez se queda parado donde antes estuvo el cuerpo. Cuando logra reaccionar, levanta la vista y en la acera del enfrente, justo al lado del semáforo, ve a un chico con una cámara, que le hace fotos, sonríe con alevosía y hace un ademán de saludo. ‘’¡Al fin libre!’’ grita, se da la vuelta y empieza a alejarse, silbando. Y ese silbido, agudo, irónico y seco, quedará para siempre en la memoria de Márquez, junto con el oscuro y largo cabello de la chica.

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