11 junio 2017

La gallina


Corre. Lo más rápido que puede. No sabe bien adónde ir, pero corre. El matorral es espeso, denso, pero él no lo nota, tan sólo corre. Se resbala varias veces. Otras cae. Está casi sin aliento, pero debe continuar corriendo. Tiene la camisa pegada al cuerpo, el sudor empapa todo su cuerpo. Sabe que están detrás de él, muy cerca y si lo atrapan…
Corre. Cuanto puede, aunque el corazón se le salga por la boca, corre. Sin rumbo, pero corre. Lo más rápido que puede. Debe parar por segundos para tratar de respirar un poco, al menos. Se detiene. Curva el cuerpo y apoya ambas manos sobre las rodillas. Respira con desorden por la boca, la nariz. El cabello cae sobre el rostro empapándolo aún más de sudor. Observa sus manos, con la sangre ya seca cubriéndolas aún. Observa su ropa, con rastros de sangre todavía fresca. Su respiración se hace más entrecortada. Tiembla. Tiene que seguir huyendo. Si lo atrapan…
Cuando se incorpora nota el humo. ¿Una casa? ¿Una fábrica? Empieza a escuchar las voces a lo lejos. Vienen por él. Oye los ladridos de los perros. Debe continuar. Cada segundo que pasa, pone su vida aún más en peligro.
Comienza a correr de nuevo, esta vez buscando el origen del humo. Al aproximarse ve de dónde proviene: una humilde casa de adobe, con un cobertizo de paja para la leña, un pequeño huerto y un gallinero. En la entrada hay un perro viejo que dormita.
Contiene el poco aliento que le resta y se acerca con sigilo. Observa al perro, que no detecta su presencia. Observa la casa y sus alrededores. Cuando está lo suficientemente cerca, se asoma por una de las ventanas. El interior de la casa es aún más precario que el exterior. Un solo ambiente, dividido por sábanas, sirve de cocina, comedor y habitación. Hay dos catres, uno junto al otro y un colchón grande en el piso, en el que dos niños pequeños duermen abrazados para espantar el frío. Puede ver detrás de una de las sábanas las siluetas de dos adultos, un hombre y una mujer. El hombre está sentado en un banco y mira hacia la nada. Sostiene una taza humeante de café entre sus grandes manos. La mujer está de espaldas, inclinada sobre el fogón. Cuando termina de beber el café, el hombre se levanta, le entrega la taza a la mujer y la besa con ternura en la frente, al tiempo que le dice: ‘’Me voy a la faena’’. Lentamente sale de la casa y en la entrada se agacha para acariciar al perro, que responde lamiéndole la mano, resoplando y moviendo la vieja cola.
Desde la ventana, ha seguido con atención todos los movimientos del hombre. Si entra a la casa, puede robar algo de comida y algo de ropa. Es más fácil si el campesino no está porque podrá dominar a la mujer y a los niños, si llegaran a despertar. Sin embargo, el campesino bordea la casa y se dirige al cobertizo, de donde sale con un hacha, y después enfila hacia el gallinero.
El corazón del hombre se paraliza. Tiene que pensar y actuar rápido para evitar ser descubierto, así que sin hacer ruido, entra al gallinero. Su presencia provoca el cacareo y la inquietud de las gallinas. Nota que hay fardos de paja y es justo detrás de ellos que se esconde lo mejor que puede. El campesino entra escasos minutos después. ‘’¿Qué pasa que amanecieron tan contentas?’’ dice, al tiempo que esboza una cálida sonrisa.
Oculto detrás del fardo, el hombre observa toda la escena. El campesino coloca el hacha sobre el tronco que le sirve de apoyo para matar gallinas, toma una vieja cesta de mimbre y va jaula por jaula recolectando los huevos. Una vez que termina, recorre con la vista las jaulas, abre una sola y saca una de las gallinas, que aletea y cacarea sin cesar. El campesino le agarra con fuerza el pescuezo y lo tuerce hasta que oye el familiar ‘’crac’’. El ave queda entonces sin vida en sus manos. Coloca el cuerpo en el tronco, toma el hacha y le corta la cabeza que le salpica el pecho de sangre sin querer. ‘’¡Ah, carajo!’’ exclama. Termina de faenar la gallina y sale del gallinero en dirección a la casa. El hombre sale de su escondite improvisado, no sin antes quitarse la camisa y lavarse como puede con el bidón de agua que encontró en el gallinero. De repente, se percata de las voces de los hombres que aún lo buscan y de los ladridos de los perros, que parecieran estar cada vez más cerca. Esconde la camisa ensangrentada entre la paja y se oculta de nuevo detrás del fardo. Con algo de suerte, los hombres y sus perros pasarán de largo y él podrá reanudar la huída.
Mientras, el campesino le dice a su mujer, desde la puerta: ‘’¡Agarre la gallina! ¡Mire cómo me dejó!’’. La mujer toma una olla grande y coloca dentro al ave, no sin antes decir: ‘’¡Qué buen sancocho tendremos hoy!’’. Ambos ríen. Los niños, ya levantados, corren a ver a la gallina y gritan y ríen con el escándalo propio de sus años. El campesino se aleja de la casa hacia el cobertizo. Justo en ese momento, seis gendarmes y tres perros lo rodean. El hombre los mira sin entender nada. Tiene las manos aún cubiertas de la sangre fresca de la gallina, así como la camisa. ‘’¡Que no se escape!’’. Dos gendarmes lo golpean hasta dejarlo inmóvil en el suelo. Los perros ladran con vehemencia. Ante tal alboroto, la mujer sale de la casa gritando: ‘’¿Pero qué está pasando, Dios mío?’’. Desde el gallinero, el hombre observa toda la escena y logra escuchar partes aisladas de lo que dicen: ‘’Lo estábamos buscando’’, ‘’…porque asesinó a…’’, ‘’¡no es posible!’’, ‘’sólo era una gallina…’’.

Los gendarmes esposan al campesino y se lo llevan a rastras. La mujer los sigue llorando, con las manos en la cabeza, pero los gritos de los niños la hacen regresarse. Dentro del gallinero y aún atónito, el hombre se persigna al tiempo que dice: ‘’¡De la que me salvé!’’. Sale sigiloso en dirección al cobertizo y una vez dentro, encuentra un pantalón de montar y una camisa vieja. Al fin puede deshacerse del resto de su ropa, aún salpicada de sangre, que esconde debajo de algunos troncos para leña. Encuentra también un viejo sombrero de paja, se lo coloca de manera que le oculte el rostro lo más que pueda y sale sin ser notado del cobertizo, sin rumbo fijo, pero seguro hacia su nueva vida.

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